lunes, marzo 06, 2006

Acampar.

Tengo ganas de acampar, así como cuando era niño, alistar todas las cosas una noche antes,  después tratar de dormir porque al día siguiente levantarnos temprano para poder caminar durante la mañana, y que la caminata no se haga pesada por el sol.

Caminar, caminar y caminar mucho mas, con muchas cosas, en la espalda una mochila repleta de cosas, dos pantalones, varios pares de calcetines, como tres o cuatro playeras, chamarra, navaja, piedra de afilar, pilas muchas pilas, lámpara, miralejos (binoculares),  cuerdas de trompo, paliacate, cachucha, vendas, resortera, muchas ligas,  no recuerdo que mas.

De la mochila colgaban botes de agua, bolsas con naranjas y manzanas, atunes y galletas, todo lo que se pueda porque llegando allá no abra donde ir a comprar comida.

Cada quien cargaba con su sleeping*, yo siempre quería llevar la mayor parte de cosas, me sentía fuerte, pero después de caminar una hora o dos no aguantaba mas, y empezaba a dejar las cosas a mi papá. A veces yo quería correr y correr pero no podía el peso me lo impedía.

Ver el paisaje durante la caminata, tratar de ir en silencio para escuchar el viento y los animales, oler el bosque, la tierra, rayos de luz entre las ramas, todo chido, muchas plantas y mucha tierra.

Imaginar aventuras mientras caminas, soñar en ver las estrellas durante la noche, que chido se veían… pero seguir caminando porque íbamos a llegar a un lugar chido, donde nos quedaríamos a vivir por una semana o poco menos.

Después de toda la caminata, tirar las cosas al piso y buscar un buen lugar para poner la casa de campaña, el lugar de la fogata, establecer donde será el baño y los límites de a donde se puede ir.

Buscar leña y tener cuidado con las culebras, pero antes de eso sacar todas las cosas de la mochila, buscar la resortera y ligas, la navaja y las cuerdas de trompo, las ligas eran para arreglar la resortera por si se desamarraba,  las cuerdas de trompo eran para amarrar la navaja a una rama y usarla como lanza, la piedra de afilar en una bolsa junto con las pilas, la venda y la lámpara. Ahora si, listo para explorar mientras buscamos leña y llenar los botes con agua del río.

Ir en silencio, corriendo y escondiéndonos entre los árboles y piedras, caminar lento, quedarse callado y observar alrededor, tal vez habría algún animal por asechar. Siempre jugando íbamos.

Al encontrar los árboles secos, teníamos que arrancar las ramas, a veces eran muy altas y sino podíamos alcanzarlas ni subirnos a los árboles, amarrábamos un  palo grueso y fuerte a una cuerda lo lanzábamos con todas las fuerzas para que se atorara entre las ramas y después jalar entre todos y tener mucho cuidado para correr y no tener que estar debajo de un puño de palos secos.

Al regresar con todo nos acostábamos debajo de la sombra de los árboles a descansar, en ocasiones poníamos latas o cosas a varios metros de donde estábamos, recogíamos piedras y nos entrenábamos con la resortera, nunca sabíamos si nos toparíamos con algún animal cuando salíamos a explorar. Esperar la que la comida estuviera lista para después ir a los límites que nos marcaban, siempre a escondidas claro.

Caminábamos por la orilla del río hasta encontrar un lugar chido para podernos bañar, buscábamos los lugares mas amplios y hondos, construíamos represas para que se fuera creciendo, con ramas y piedras. Primero las piedras y después las ramas con todo y hojas, las atorábamos entre las piedras y así se detenía el agua. Al siguiente día regresábamos y en ocasiones teníamos que volver a construir por que el río se las había llevado, pero también en otras ocasiones buscábamos mejores lugares para bañarnos el agua era fría pero no nos importaba porque hacía mucho calor.

En la noche escuchar los grillos y ranas, los coyotes, sentarse cerca de la fogata, acostarse en el pasto y ver el cielo, en varias ocasiones vimos estrellas fugases, el cielo era grande de un azul profundo, el viento frío y los gritos que pegábamos como locos, esperando que nos contestaran los extraterrestres, a veces regresábamos corriendo asustados a las casas de campaña.

Después regresar todos cansados y bajar de la montaña, con menos carga pero también con menos fuerzas, cansados de dormir en el piso duro y queriéndonos bañar con agua calientita, con raspones y cortadas y toda la ropa llena de tierra.

Y así era, que chido.

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